No basta con acudir al médico tan sólo cuando se piensa que el niño está enfermo. No debe privarse a ningún niño de un seguimiento riguroso y periódico de su salud. Las visitas de control, que se hacen sin que aparentemente resulten indispensables, proporcionan una valiosa información, pues permiten acumular los datos necesario para poder evaluar el estado del niño y su evolución particular. Su historia clínica cobra, así, la máxima importancia si en algún momento se detecta un problema porque contiene una información que puede resultar fundamental para conseguir un diagnóstico certero y para determinar la mejor manera de proceder. Además, cada visita permite al médico dar consejos oportunos, solventar las dudas de los padres e indicar qué conviene hacer o no en cada caso concreto.
El pediatra, en definitiva, es el mejor asesor para unos padres interesados en la salud de sus hijos, y su tarea puede facilitarse si se le brinda toda la cooperación que necesita.
Para que la tarea del pediatra sea realmente eficaz es fundamental que tanto el pequeño como sus padres lo consideren como un amigo, alguien en quien se puede confiar y al que se puede tratar sin reservas ni temores.
Los padres han de apreciar que el médico sabe no sólo escucharlos sino también explicarse, y no han de dudar en reclamar su atención cuando piensen que es necesario. Un buen pediatra siempre debe estar disponible para atender a unos padres preocupados.
Es fundamental que el niño sepa que no tiene nada que temer cuando visita a su médico, nunca debe amenazarse al niño, como castigo, con “ir al doctor”, ni hacer comentarios de este tipo.
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